La pesadilla de un gigante

Por: Théo Bonin y Patricia Landa

Decidimos escribir este artículo a partir de los fragmentos de nuestra memoria no tan lejana, desde nuestras reminiscencias, esos rincones de la memoria que se asocian a las sensaciones de nuestros cuerpos. 

Si tendríamos que partir desde una sensación que nos habitó durante los talleres, podríamos decir que la más notable fue el cansancio, un cansancio que se sentía continuamente por la pandemia, por la incertidumbre que nos contenía, el cansancio de siempre abrir una pantalla de computadora y vernos reflejados como si de un espejo se tratase, actividad bizarra en otro tiempo que desde el 15 de marzo del 2020 se hizo tan repetitiva en nuestras vidas que por momentos hasta nos sentimos parte de “la gran pesadilla de un gigante”. El poder observar todas nuestras reacciones y las de les demás nos hacía sentir agotados, hastiados de no saber qué iba a pasar, nuestros futuros día a día se tornaban más inciertos, pensar en qué sería de nuestros proyectos individuales y como colectivo nos generaba una ansiedad desbordante. Tenía una obra de teatro el mes que viene, cancelada, el cumpleaños de mi hermana, cancelado, la fiesta de aniversario del trabajo, ni lo pienses, está cancelada; de un momento a otro nos vimos tachando miles de eventos pactados en la agenda, incluso las consultas con el médico quedaron canceladas, todo quedaba pospuesto para algún día que todos esperábamos con el corazón en la mano fuera pronto, muy pronto por favor. Para todes ha sido una experiencia traumática de la que aún no despertamos, muchas cosas siguen canceladas, solo que ahora ya estamos más acostumbrados a hacerlo.

Sin embargo y a pesar de toda la incertidumbre que sentíamos cada semana el sábado se revelaba un día especial, ese dolor y pesadez desaparecían, la alegría invadía nuestros cuerpos. 

Durante el inicio de esta temporada de cancelaciones tuvimos un poco luz cuando este proyecto se logró replantear, por un lado no nos quedaríamos sin trabajo, como muchos pero por otro podríamos continuar haciendo lo que tanto habíamos pensado e imaginado durante varios meses, nos tocó buscar un replanteamiento de la propuesta original, algo que fuera de igual importancia en este contexto de pandemia, y nos mudamos a la virtualidad, a la pesadilla del gigante, pero este espacio que hubiésemos querido presencial, de forma física, se volvió un foro cinematográfico en perpetua evolución donde los/las jóvenes relacionaban sus vivencias a los videos que les mostrábamos, y en el proceso también nos fuimos reflejando.

En lo personal fui una persona reticente a la comunicación virtual, siempre he preferido el contacto físico, es necesario y vital para el ser humano, pero no son tiempos sencillos y la computadora nos brindó un pasaje hacia un grupo de personajes que se volvieron para ambos lo mejor de la semana, esperábamos con muchas ansias conversar de nuevo con estos chicos y chicas que dentro de sus ganas de aprender también pasaban por la misma incertidumbre, pero con un peso aún mayor, el peso de aceptar y callar, de no reclamar porque finalmente no son ellos y ellas quienes deciden en casa. Entendimos que casi todos pasaban sus días encerrados, las pocas salidas eran para comprar víveres, los talleres eran entonces ventanitas abiertas sobre el mundo desde donde todes podíamos mirar sentimientos que conocíamos y que a veces teníamos miedo de perder, la libertad, esta palabra tan importante y tantas veces discutida y reflexionada nos daba la sensación de alejarse cada vez más  y con una rapidez insospechada, pero cada sábado intentábamos ponerla de nuevo al centro de la mesa, para nunca perderla de vista.

De sábado a sábado pudimos tratar temas diversos, el cambio climático y el gran daño que hacemos al medio ambiente, la igualdad de género, la violencia física y psicológica hacia a la mujer, el conflicto armado en nuestro país, la corrupción y la lucha de poderes en el estado, la importancia de un mensaje y como una imagen puede contener tantos mensajes en su composición, todes tenían una postura firme respecto a estos particulares, cada une se expresó sin miedo y tuvieron un espacio para cuestionar lo que nuestros altos mandos hacían con el país, la sociedad y nuestro medio ambiente, personalmente quería que nuestro taller pueda ser un espacio de reflexión y de compartir donde la meta era la creación audiovisual pero por encima de esta meta residían nuestras intenciones, sentirnos bien y saber que no estamos solos luchando. Me acuerdo particularmente de una reflexión de una de las participantes, Shamyra, que después de haber visto el cortometraje “La abuela grillo” nos dijo: “Hasta que los hombres crean que están por encima de la naturaleza seguiremos viviendo encerrados”, Por momentos nos sentíamos en el medio de una ¿?? donde cada une es capaz de opinar y donde las jerarquías no existen, ni importan. Cuando cerramos el taller sentí una emoción parecida a muchos talleres que dí en mi vida, tuve la sensación de haber logrado algo, como esa palabra que se queda suspendida en el aire, ese algo que no sé muy bien que es, pero siento que me llena, es cuando esta sensación aparece que en general otro fragmento de mi historia vuelve, una frase que escuche durante muchos años, una frase que pronunció Liber Forti poeta y teatrero anarquista argentino  “El artista no es una clase especial de persona, sino más bien, cada persona es una clase especial de artista”.

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